Escapar

<b>Escapar</b>
El 27 de enero de 1979 tu sangre y la lluvia mojaron nuestra acera

05 febrero 2009

Zalacaín

Acabo de leer por tercera vez Zalacaín el aventurero. Esto de repetir ya se sabe que mejora la lectura notablemente. Y con la edad más, probablemente. En esta ocasión me he reído a placer en muchos pasajes. No así en el final, claro. La resolución, como en otras ocasiones, me ha resultado tempranera. En la vida real ciertamente nadie muere de víspera y es tan estéril como inevitable darle muchas vueltas al asunto; pero en una novela Baroja sí podía elegir otra forma y tiempo. Pero don Pío lo liquida con pocas contemplaciones y sin adornos. Le sobró una página para matarlo, enterrarlo y reubicar a la viuda y el huérfano. Claro, ultima a Martín al estilo de su escritura. Pero estas disquisiciones en realidad son una bobada sentimental. A mí lo que me ocurre, supongo que como a tantos, es que soy eso, un sentimental. Así que desasirme de un protagonista tan fabuloso me da mucha pena. Pero he disfrutado de lo lindo. Déjenme que les pegue aquí párrafos que he ido marcando en el libro y que a su paso me iban dejando pegado. Qué gozada.
"El padre de Martín fue labrador, un hombre oscuro y poco comunicativo, muerto en una epidemia de viruelas; la madre de Martín tampoco era mujer de carácter; vivió esa oscuridad psicológica normal entre la gente del campo, y pasó de soltera a casada, y de casada a viuda, con absoluta inconsciencia." Y uno se pregunta de dónde salió la rasmia de Martín. El propio autor llega a escribir de esa extrañeza. A veces los hijos se parecen tanto como nada a sus padres.
Este par de docenas de palabras me pararon un buen rato. Pasmosa descripción de una gente pobre. "El viejo, la mujer y los chicos tenían sólo carácter de pobres; eran de esos tipos y figuras borrosas que el troquel de la miseria produce a millares."
El miedo de la Ignacia por Carlos Ohando. "La muchacha, que no tenía gran inclinación por Carlos, al verle tan violento, cobro por él desvío y miedo."
De la simple de doña Pepita. "Martín llegó a convencerse de que la buena señora tenía una imposibilidad irreductible para enterarse de las cosas. Lo veía todo a su gusto y se convencía de que los hechos eran como se los había pintado su fantasía."
Anda que esta conversación... Martín arremete contra la jota navarra. Y lo siento por los aficionados. La encuentra petulante y argumenta contra ella. Entonces, el periodista que le acompaña... "-¿De manera que para usted este canto es como una falsificación del valor y de la energía? -Sí, algo así. -Está bien. Lo diré en mi próxima crónica. ¿No le parece a usted mal que me sirva de sus opiniones? -De ningún modo, porque a mí no me sirven de nada." Continuando el paseo del periodista y Zalacaín por Estella. "Juego, campanas, carlismo y jota. ¡Qué español es esto, mi querido Martín! -dijo el extranjero. -Pues yo también soy español, y todo esto me es muy antipático -contestó Martín. -Sin embargo, son los caracteres que constituyen la tradición de su país -dijo el extranjero. -Mi país es el monte -contestó Zalacaín."
Momento en el que Martín confiesa a un comandante liberal que le falta ambición y su porqué. "¿Creerá usted que yo ya no tengo casi ambición? -¿No? -No. Sin duda eran los obstáculos los que me daban antes bríos y fuerza, el ver que todo el mundo se plantaba a mi paso para estorbarme. Que uno quería vivir, el obstáculo; que uno quería a una mujer y la mujer le quería a uno, el obstáculo también. Ahora no tengo obstáculo, y ya no sé qué hacer. Voy a tener que inventarme otras ocupaciones y otros quebraderos de cabeza." Claro, el aventurero.
Finalmente el capítulo VI titulado Las tres rosas del cementerio de Zaro. Pero no lo copio aquí, que ya me va quedando largo. Son dos páginas para quedarse totalmente colgado.
Nada amigos, que nuevamente tenemos pendiente Zalacaín el aventurero.