Escapar

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El 27 de enero de 1979 tu sangre y la lluvia mojaron nuestra acera

15 enero 2009

Vida o muerte

Este monólogo de Hamlet que al pie les pego, siempre me atrapa, como un imán del corazón. Es uno de los puñados de líneas que más querido resulta a mi sentimiento de cuantos he leído. ACTO TERCERO, ESCENA IV. Hamlet se cree solo en una galería de palacio, pero al fondo le escucha Ofelia, su amada. Habitual y erróneamente se presenta al príncipe de Dinamarca en esta escena confrontado con las cuencas vacías de una calavera que sostiene en la mano. Pero la escena de la calavera, la de un bufón del rey, no tiene que ver con el famoso “ser o no ser” a la que se asocia. Se trata de otra posterior -precisamente la del entierro de la desdichada Ofelia- y ocurre en un cementerio. Pero regresemos a palacio y, discretamente situados junto a Ofelia, viva aún, preparémonos a escuchar este impar destilado del corazón atormentado del príncipe de Dinamarca. Hamlet habla de su dolor y de la muerte como remedio, salida definitiva. Reflexiona sobre la posibilidad de huir a esa región desconocida en términos certeros que ponen elocuentísima letra a la tétrica música de los momentos desesperados. Es como encontrarse, a qué negarlo. Seguramente porque reconozco esos pensamientos en mis días oscuros. Qué quieren, el padre asesinado, ¡ay!, me acerca mucho al personaje.
Y a la luz de textos así, piensas que básicamente no hay nada nuevo en nuestras vidas, nuevo para el conocimiento humano. Que no tiene por qué ser de general conocimiento, con lo que el conocimiento particular del afectado bien lo pudiera ignorar. Shakespeare actual durante cuatro siglos. Las mismas viejas urdimbres sobre las que siempre se tejen las vidas. Parece que los ropajes de las alegrías, problemas y tragedias actuales, cuelgan de perchas idénticas siglo tras siglo, desde el comienzo de los tiempos.
Pues aquí tenemos a Hamlet sufriendo y cómo. Acaba de saber que su padre, el rey Hamlet, no murió naturalmente sino que fue asesinado por su tío Claudio, ahora rey de Dinamarca. Para colmo de maldades se casó con su madre, la viuda reina Gertrudis, al cabo de dos meses, nada más. Una sombra del atormentado espíritu del padre matado así se lo ha revelado al hijo. Pero no hay prueba o confesión que esgrimir para acusar a Claudio y tomar venganza. Aún. Y este hijo se pregunta si vale la pena vivir en la infelicidad, sufriendo y resistiendo. La vida como nuestra prisión. ¿Será la muerte un deseable lugar que nos rescate de nuestras penalidades? ¡Ay amigo!, no tan sencillo.

“Ser o no ser, ésta es la cuestión. ¿Cuál es más digna acción del ánimo: sufrir los tiros penetrantes de la fortuna injusta u oponer los brazos a este torrente de calamidades y darles fin con atrevida resistencia? Morir es dormir. ¿No más? ¿Y por un sueño, diremos, las aflicciones se acabaron y los dolores sinnúmero, patrimonio de nuestra débil naturaleza...? Éste es un término que deberíamos solicitar con ansia. Morir es dormir... y tal vez soñar. Sí, y ver aquí el grande obstáculo; porque el considerar qué sueños podrán ocurrir en el silencio del sepulcro, cuando hayamos abandonado este despojo mortal, es razón harto poderosa para detenernos. Ésta es la consideración que hace nuestra infelicidad tan larga. ¿Quién, si esto no fuese, aguantaría la lentitud de los tribunales, la insolencia de los empleados, las tropelías que recibe pacífico el mérito, las angustias de un mal pagado amor, las injurias y quebrantos de la edad, la violencia de los tiranos, el desprecio de los soberbios , cuando el que esto sufre pudiera procurar su quietud con sólo un puñal? ¿Quién podría tolerar tanta opresión, sudando, gimiendo bajo el peso de un vida molesta, si no fuese que el temor de que existe alguna cosa más allá de la muerte, aquel país desconocido, de cuyos límites ningún caminante torna, nos embaraza en dudas y nos hace sufrir los males que nos cercan antes de ir a buscar otros de que no tenemos seguro conocimiento? Esta previsión nos hace a todos cobardes: así la natural tintura del valor se debilita con los barnices pálidos de la prudencia; las empresas de mayor importancia por esta sola consideración mudan camino, no se ejecutan y se reducen a designios vanos.”