Escapar

<b>Escapar</b>
El 27 de enero de 1979 tu sangre y la lluvia mojaron nuestra acera

14 abril 2008

Libertad quijotesca


Este blog lo leerán cuatro gatos, de los cuales ninguno es amigo. Porque los amigos dicen que te leen y tal, pero es mentira, a qué engañarnos. La excepción que confirma la regla es Javier Luquin, que me tenía agarrado, o eso pensaba él, en flagrante contradicción entre lo que afirmé este domingo con un grupo de amigos y algo que escribí aquí hace días en relación con Dios. ¡Eh, eh! como para ir diciendo tontadas por ahí. Que mira cómo está esperando con la escopeta cargada el amigo Javier Luquin.

En este sentido suelo tener algún problema con otro amigo,
Agapito Maestre. Pero en el sentido opuesto al de Javier Luquin: en este caso soy yo quien lee y vigila y Agapito quien escribe. De verdad que le leo todo lo que me deja la vida y a la hora que me deja la vida. Es un tipo que escribe muy sinceramente. Es decir, se cree cuanto teclea sentado a pie de ordenador en su palomar madrileño. Vamos, que no es un cínico de la columna; ni de lejos. Es tan maravillosa como difícil su forma de ser. Y al tío le toca sufrir. Es que para ser libre toca sufrir, puñeta.

A lo que iba, a mi problema de lector de Agapito. Marco su teléfono y de pronto recuerdo que no he ingerido su columna en Libertad Digital. “La has cagado”, pienso. “No tienes opciones Salva, porque aunque cuelgues en este mismo momento, te va a dar igual. Agapito siempre te devuelve la llamada.” Total, que a qué colgar. El tipo descuelga y la conversación es su columna del día, así de claro. No porque la refiera en la charla de amigos, que también, sino porque es lo que le sale. Sí, le sale de verdad. No como a la ministra de defensa Chacón en su primera revista a las tropas, con ese “viva España” que no le sale, vaya; que hasta ha sonado en minúscula el nombre patrio. A ver, que desbarro. Hablaba de la autenticidad de mi interlocutor, de lo que le sale del alma. Cada vez que Maestre tiende sus líneas al sol lector, prende de ellas cuanto le bulle dentro. Y además prietico ¿eh? Escribe macizo, haciendo opinión y tejiendo ideas, el filósofo.

Difícilmente lo encontrarán ustedes entre las varas del carro, tirando de lo que mande el que mande, con las orejeras de pensar ajustadas y apuntando hacia Vicente, el que va donde la gente. No sabe. A él le sale ser libre, como a su paisano don Quijote. Tengo en casa colgada una memorable Tercera de ABC que publicó el 8 de marzo de 2005. Su título: El Quijote regresa a Etxarri Aranatz. Ahí habla de Regreso a Etxarri Aranatz, magistral libro de mi amigo Javier Marrodán, mosaico de vidas que resume la historia de dolor que el terrorismo nacionalista vasco de Eta ha sembrado en Navarra y la lucha por la libertad de quienes lo han sufrido más directamente. Pues alrededor de esas historias que arman el libro de Javier, de su profundo significado para la libertad, Agapito Maestre desentraña en la referida Tercera, el concepto de libertad quijotesca, la única verdadera. Eso aprendí de ella. Tengan la amabilidad de dedicarle un ratico. Yo se la pongo aquí, al pie de mi mejorable prosa. Léanla ahora, en una semana y en tres meses. Mejora con el tiempo. Nada de teorías perfecta, conveniente y fríamente cuadradas en algún laboratorio de ideas que incorporarían de serie la vuelta de calcetín. No, no. Agapito pone a sus verdades carnalidad, como a él le gusta decir. De lo contrario no sería quijotesca su libertad.

Escribió aquella Tercera y le salió también y sin pretenderlo conscientemente, un autorretrato. Bueno, sí que lo pretendía, pues que allí derramó bellamente su forma de ver la libertad, que coincide plenamente con su forma de situarse en el mundo. Pero fue sin otro remedio. Que la libertad quijotesca por él descrita no es sin más una idea tomada de Cervantes: Agapito es así. ¿Aprendido del Quijote? Bueno, él sabrá. A lo dicho, que aquí abajo está el texto. Háganme caso y léanlo hoy y de aquí a un mes y luego tres. La referencia al libro de Javier Marrodán le sirve a Agapito para colarnos de matute la libertad quijotesca que tanto ama.

En estos tiempos zapaterinos tan encabronados, he tenido la fortuna de hacer algunos amigos que no hubiera imaginado. Agapito es uno de esos amigos ganados en las procelosas aguas del espacio público y ciudadano de la España de estos últimos tiempos. Uno quisiera no haber conocido nunca amigos en medio de estas circunstancias. Ello significaría no haber recorrido el vía crucis que llevo desde… pues casi siempre. La añorada normalidad es salutífera circunstancia para cualquier vida. La veo como un sueño. Pero debo hacer constar el incalculable valor de la amistad forjada en la dificultad, seria dificultad. Cerca del dolor uno encuentra tesoros empeñados en contrapesar el pasado. Tesoros en términos de vida y de libertad, como la amistad de Agapito Maestre.


ABC, 8 de marzo de 2005
EL QUIJOTE REGRESA A ETXARRI-ARANATZ, POR AGAPITO MAESTRE


SIEMPRE será inoportuna la libertad quijotesca. Porque nadie como don Quijote ha sido capaz de convertir la libertad en una vocación. La libertad es un asunto que traspasa la razón. Va más allá de la inteligencia común, del razonamiento negociador que interpreta a conveniencia lo real, para hacerse sensibilidad. Cervantes no piensa la libertad si no es como encarnación. La libertad es carnal o no es. Quien siente su piel como libertad ya no puede vivir sin ella. Unamuno, Ortega y Zambrano han visualizado, cada uno a su manera, esa «esperanza rescatada de la fatalidad», libertad de don Quijote, que es siempre intempestiva e inactual. Inoportuna, en cualquier caso, como la actuación de Dios y la Naturaleza.

La idea de libertad ilustrada como soberanía de un individuo para actuar sólo y exclusivamente en función de su voluntad e inteligencia, o la concepción liberal de la «libertad negativa» contemporánea, concebida como un estar libre de coacciones para pensar, expresar y actuar, son remedos de la libertad quijotesca. Para Cervantes la libertad no es sólo la soberanía del individuo para decidir su vida, sino la determinación permanente de la voluntad para ser libres. El hombre no puede concebirse si no es como libre. El Quijote no pasa por el mundo sosegadamente. El Quijote irrumpe, entra violentamente, en el mundo por un sentimiento de libertad digno de Dios y la Naturaleza. Don Quijote, pues, no puede concebir a nadie como no sea en libertad. Basta un hombre preso, un hombre de «por fuerza y no por su voluntad», para que don Quijote intervenga. Su inoportunidad es proverbial.

Más aún, la libertad no es mera liberación, sino liberación de la liberación. Don Quijote devuelve la libertad a muchos personajes y casi ninguno, o mejor nadie, le paga por la acción. El bien se hace porque sí... Si contáramos de antemano con su agradecimiento, como dijera Unamuno, la hazaña carecería de valor. Hay un capítulo extraordinario en el Quijote, quizá la reflexión más aguda que nunca se haya hecho sobre la muerte civil en el pensamiento de lengua española, que vale por toda la pseudocultura sobre la libertad «idealista» desplegada en los dos últimos siglos por el neokantismo socialdemócrata. Los tristes herederos de esta tradición, que ha conducido a la perversidad de equiparar culturas y civilizaciones como si se tratara de clasificar piedras, no perciben, menos aún sienten, que la libertad quijotesca es algo más que un don de la razón. No es, dice el Ingenioso Hidalgo, un «tesoro terrenal». Es, sencillamente, un asunto divino: «La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos».

Quien tenga fe en esa libertad podrá ponerse el mundo por montera. Podrá con todo. Excepto los «idealistas», esos seres que están acostumbrados a despojar impunemente a la realidad de su valor, nadie con sensibilidad, con la piel de la libertad, podrá sustraerse de esa experiencia de la libertad al leer el capítulo XXII de la primera parte de El Quijote. Aparte de ser el capítulo más extraordinariamente competitivo de la literatura en lengua española de todos los tiempos, escritura consciente de sí misma, que se enfrenta y, paradójicamente, libera a su adversario literario más cercano, a quien Cervantes disfraza con el nombre de Gines de Pasamonte; la narración de la aventura de la liberación de los doce delincuentes recoge las páginas más sublimes de la literatura española para rescatar a los hombres de la muerte civil por el don de la libertad. Más que un elogio de un don, es la libertad hecha sensibilidad.

Sin ese sentimiento, reitero, hecho vocación, nadie puede comprender la vida, menos los bienes que en ella cabe ejercer. En verdad, cuando don Quijote irrumpe en la vida de los españoles, nadie puede sustraerse al misterio de su vida, mezcla de castigo y perdón. Nadie noble y bien nacido, nadie que se considere un ciudadano, puede renunciar a comprender el fundamento de la civilización quijotesca: el perdón. He ahí el verdadero fin de toda justicia. Imposible de entender sin reconocer que la libertad terrena es un don divino. Cuestión compleja de sentir y, por supuesto, ver para quien no le asiste la fe. A veces, por fortuna, hay acontecimientos, conversaciones y libros que nos permiten asistir al nacimiento y desarrollo de esa divina libertad. Suerte la mía, suerte de hallar un libro, que me ha permitido volver a ver esa fe quijotesca, libertad hecha sensibilidad, al leer un ensayo sobre las víctimas del terrorismo de ETA.

Gracias a este libro he conseguido ver la inactualidad, lo inorportuno e intempestivo, de la libertad española, de la libertad. Gracias a los testimonios que aparecen en este libro, testimonios de fe en esa libertad quijotesca, libertad de origen divino para los humanos, hago mía la famosa sentencia de Zambrano acerca de que la calidad de una cultura depende de la calidad de sus dioses. Gracias a este libro la idea de un Dios, sí, que nos hace libres no sólo debe respetarse sino que, como nos enseñara la propia Zambrano, tiene que ser considerada como la idea más racional de la filosofía. Quizá sea, hoy, uno de los pocos libros europeos donde la libertad aparece unida, como en la tradición de la democracia americana, a principios religiosos. Tocqueville se sorprendería si pudiera leer este documento. La defensa de la libertad, asidero último de la dignidad humana, acaba traspasando los límites morales de la política para instalarse en la experiencia religiosa.

Es un libro de libros sobre la dignidad. Javier Marrodán, en Regreso a Etxarri-Aranatz, pone su talento al servicio de quienes saben lo que llevan adentro las palabras vida y muerte, perdón y castigo, piedad y democracia y, sobre todo, libertad. La honradez e inteligencia de Marrodán a la hora de situar los «textos», la escritura como terapia y curación de las víctimas en la obra son merecedoras de un premio a la deontología profesional. Magistral obra periodística. El relato de los hechos es tan sencillo como veraz. Magnífica obra literaria. El texto nutre permanentemente de vida a lo real. Maravillosa secuencia de genuinas citas de los protagonistas. Las víctimas jamás están ocultas tras el autor. Una obra imprescindible para comprender la lucha por el reconocimiento de las víctimas del terrorismo de ETA. Los profesores de Ética y también de Religión deberían recomendarlo a sus alumnos. Los responsables de Educación de las Comunidades Autónomas harían bien poniéndolo de lectura obligatoria en los Institutos de Bachillerato. Y, por supuesto, el Alto Comisionado para las Víctimas del Terrorismo debería leerlo con urgencia para aprender a llenar de contenido su cargo.

El autor ha conseguido universalizar, trascender, la historia de la tragedia de la familia Ulayar, que se abrió en 1979 con el crimen del padre, Jesús Ulayar Liciaga, y tuvo su apoteosis ciudadana el día 24 de enero de 2004, cuando dos mil personas lograron reunirse en Etxarri-Aranatz para homenajear a Jesús Ulayar y para arropar a su familia con la compañía y el cariño que no habían tenido en los 25 años anteriores. El regreso a Etxarri-Aranatz, la historia trágica de la familia Ulayar, es un espejo para mirarnos todos los españoles. Quizá pudiéramos descubrir en él qué es un ciudadano maduro, un ser humano, capaz de construir con otros bienes en común.

El regreso a Etxarri-Aranatz es, pues, el tránsito de la historia trágica de la familia Ulayar a la historia reciente de la democracia española. Más aún, el libro es una guía imprescindible para que los españoles se hagan demócratas. Su lección de ciudadanía, de saber vivir en democracia, vale más que mil tratados sobre ética y política. A partir de los testimonios de dolor y soledad, de la lucha por la recuperación de la memoria, la dignidad y la justicia del padre asesinado, Marrodán construye una narración justa, a veces deslumbrante, sobre la situación actual de las víctimas de ETA en España.

Caída, dolor y recuperación civil a través de la fe en la libertad quijotesca son las principales secuencias por las que transitan los protagonistas, los Ulayar y Mundiñano, los Navarro, los García Garrancho y Román Casasola, los Pagazaurtundua, los Uranga, los Martínez, los Aguilar, los Alcalde, los Sáez de Tejada, los Iriberri, los Berriozar, los Reyes Zubeldia, los Caballero, los Arteta, los Arbeloa, los Sanz Biurrun, los militares, los sindicalistas, los profesores, las miles y miles de víctimas que, con su defensa quijotesca de la libertad, nos dan la oportunidad de hacernos ciudadanos. Libres, o sea españoles, el único modo en que don Quijote soportaría vernos.