Escapar

<b>Escapar</b>
El 27 de enero de 1979 tu sangre y la lluvia mojaron nuestra acera

10 octubre 2008

Julián Gayarre 10/01/1844 - 02/01/1890


Francisco Grandmontagne escribió a comienzos del siglo XX sobre sus viajes por Navarra y Galicia para el periódico bonaerense La Prensa. Su recopilación dio lugar al libro Paisajes de España. Navarra y Galicia. En 2003 Diario de Navarra, en su colección Biblioteca Básica de Navarra, editó un volumen titulado Tres viajes a Navarra. Adivine el inteligente lector cuál era uno de ellos. Exacto: el de Grandmontagne por Navarra. Informa doña Carmen Jusué Simonena en el prólogo al referido volumen, que Grandmontagne pinta con benevolencia a Navarra, siendo por lo demás implacable en sus juicios con el resto de España. Para probarlo transcribe unos pasajes de la correspondencia que el autor mantuvo con Miguel de Unamuno entre 1893 y 1907. Anda anda, qué tendrá que ver con Gayarre. Calma, que esta digresión me apetece mucho. No me puedo aguantar y además será del agrado del paciente lector. Vamos pues, que luego volvemos. En estos tiempos de balanzas fiscales en los que el nacionalismo barretinado habla de la explotación de Cataluña a manos de España, me ha hecho mucha gracia este párrafo de la citada correspondencia. Grandmontagne se despacha muy a su sabor con Cataluña. Lo copio aquí para divertimiento de quienes no padecemos esa enfermedad maligna llamada nacionalismo. Ojo al dato:
¿Mis impresiones de España? No pueden ser peores. He visitado lo más adelantado y me parece atrasadísimo. Aquí los fuertes no son los catalanes, sino el resto de los españoles que los mantienen, cobrando en desprecio su propia filantropía. Me parece la más grande de las leyendas eso de la energía catalana. Su estado industrial es deplorable. Se han enriquecido con el arancel español, y en lugar de aplicar las utilidades en mejorar los medios de producción desterrando los batanes de sus abuelos, las han empleado en piedras, en chalets y castillitos que acusan el perfil condal de la ciudad. El Cid vive en todas las azoteas de Barcelona... Ni una sola empresa de urbanización ha sido emprendida por capital catalán...
No me dirán que no ha valido la pena ¿eh? Pero volvamos al hilo. El caso es que Grandmontagne escribe sobre su viaje a Navarra y hace una extensa referencia a Julián Gayarre, el gran tenor de Roncal. Tan viva impresión me causó la lectura de esas pocas páginas, que decidí hacerme con una biografía de Gayarre. Una de las consultadas por el autor era la que publicó en 1891 Julio Enciso, gran amigo del tempranamente fallecido tenor navarro. Este verano pasé unos días en el campo con mi amigo Agapito Maestre y su familia. Me presenté en Puertollano con un delicioso queso de Roncal. Ya saben, un detalle de huésped agradecido al tiempo que -por qué no decirlo- una reivindicación del queso navarro puro de oveja frente al manchego. Recuerdo que comenté a mi amigo la inquietud que me había producido la lectura de Montagne. ¡Un queso del pueblo de Gayarre, Agapito! le decía en humorada conversación. Y pensé que yo era un merluzo por saber poco del queso y menos del tenor. Total, me hice con la obra de Enciso.Así que, liquidadas otras lecturas, ayer concluí, apenado, la de la vida de Sebastián Julián Gayarre, su nombre completo. Oiga, impresionante el personaje y el hombre.
Terminando 
Memorias de Julián Gayarre, me acordé de Salvador Dalí. Sí, sí. Dalí, viendo cercana su muerte, exclamó ¡los genios no deben morir! Algo así exclamé yo también leyendo las postreras páginas de Enciso sobre la enfermedad y muerte de Gayarre. Fue grande, el más grande; llamado senza rivali. El mejor tenor del mundo, aclamado con delirio en los grandes escenarios de Europa y América. Pero la persona bajo el personaje no le venía a la zaga. Liberal, humilde en la plena conciencia de su poderío artístico y sencillo. El más famoso y mejor pagado tenor del mundo, todos los veranos volvía a su pueblo natal, a Roncal, por el que sentía delirio. Jugar a pelota, estar con su familia y paisanos, calzar alpargatas, subir montes... Nunca el éxito le embriagó. Aquí copio unos párrafos de las memorias de Julio Enciso para así afilarles los dientes a mis cuatro lectores. Atentos.
Estando en París, durante la Exposición de 1889, nos habló mucho de estos contratos a su sobrino y a mí. –¿Y qué piensas hacer? –le preguntamos.–Os voy a hablar con franqueza –nos dijo–. No sé en la actualidad cómo estoy de voz y de salud; necesito ver cómo me encuentro cuando cante este invierno en Madrid. Si estoy bien, acepto el contrato de mi amigo y antiguo empresario Ferrari, y en abril o mayo me marcho a Buenos Aires (...) Tengo ya una fortuna, cuya renta nos da más que suficiente para mí y para vosotros, que sois mi familia. He hecho en Roncal cuanto puede hacer un buen hijo por el pueblo en que nació. Réstame sólo hacer algo por España; sé perfectamente que la gloria del cantante concluye con su última nota, y yo quiero dejar a mi patria un recuerdo que conserve mi nombre. Pues bien: iré a América y será para no volver de ella hasta reunir por lo menos una suma de dos millones de pesetas, que creo que la haré pronto si me encuentro bien y Dios me ayuda. A mi regreso canto en Madrid una función a beneficio de los pobres, que será mi despedida para siempre de la escena, y con el capital íntegro de dos millones que haya traído de América, fundo un gran centro de enseñanza en Madrid para los muchos jóvenes pobres e inteligentes que por falta de recursos no pueden seguir una carrera, y cuyo establecimiento haré llamar Instituto Gayarre."
Pero la muerte, ay, cortó sus planes. En este deseo de Gayarre cabe destacar el hecho de que su visión –hacia finales del siglo XIX– alcanzara a la promoción social de jóvenes sin recursos –pobres como él mismo lo fue– y no se quedara en el mero reparto de limosnas o sopas bobas, que tantas veces no han hecho otra cosa que afianzar a los pobres en su condición. Y es que nunca olvidó su origen humildísimo. 
Pero lo primero y mayor que te encargo es que si llegase a sucederme una desgracia, muera donde muera, me llevéis a Roncal. Quiero, sobre todo, descansar en el pueblo donde he nacido y al lado de mis padres y hermanos. Ya conoces mis ideas y mi modo de ser: no quiero entierro de bombos ni grandezas, sino humilde y sencillo, como corresponde a una familia de pobres labradores a la que pertenezco. Así lo dispongo aquí.
En el verano de 1888, a menos de dos años de su muerte, durante una de las excursiones que gustaba hacer por los alrededores de su pueblo natal durante sus estancias veraniegas, Gayarre rompe a llorar sentado en una roca. Enciso pregunta la razón de su aflicción. La contestación de Gayarre.
Acá venía a trabajar esta tierra con mi padre y mis hermanos: acá nos traía mi buena madre en un cestillo el puchero de habas y el pedazo de pan que componían nuestra comida. Aquí, bajo esa roca, dormía tranquilo muchas noches, aguardando el amanecer para volver al trabajo en los días de siega. ¡Y qué feliz era entonces!... Entonces era pobre, sí, muy pobre; pero tenía madre, padre, hermanos. Hoy soy rico, millonario; pero ¿dónde están todos aquellos seres queridos?... Ni uno solo vive. ¡Pues no he de llorar!...
Éxito, fama y adulación, no le desarraigaron ni le hicieron perder la serenidad a este humilde vasconavarro de Roncal. Algún parrafito más. Se trata de un fragmento de la carta que Gayarre escribió al autor de estas memorias, Julio Enciso, el día 23 de febrero de 1884 desde París, donde había cosechado éxitos apoteósicos de público y crítica. Se sucedieron los homenajes y las distinciones en el vecino país. Comienza el párrafo en modo irónico. 
Tengo que contentarme con las amistades de los Condes, Duques, Marqueses y algún pobrete como Rothshild, que me persiguen para que vaya a su casa, y con la excusa dar una soirée a la aristocracia, cueste lo que cueste. Afortunadamente, todo esto no cambiará mi carácter, y por encima de todo, mis amigos serán mis amigos, y ninguno como tú y aquellos que siempre me han querido bien; primero y sobre todo porque los quiero yo, y segundo, porque estas gentes, el día que no tenga voz o pase de moda, no se volverán a acordar de mí. Por eso doy a su amistad el justo precio que vale , lo mismo que ellos a mí. A Dios gracias, no soy tan negado que no sepa apreciar las pompas de este mundo en su verdadero valor.
Amén, digo. Y remato con unas líneas sobre sus últimas horas.
Por la tarde se rehizo algo el enfermo, y parecía tener nuevos bríos. Estando en su cuarto con Gregorio, Gabriela, Fermina y Evarista, se incorporó un momento y nos dijo: No tengo miedo a morir: si ha de venir la muerte, que venga cuando quiera; pero ver de buscar a aquel... No se acordaba del nombre, y nosotros se lo recordamos: era el doctor Sánchez Ocaña por el que preguntaba. (...) Cuando ya caía la tarde y empezaban las primeras sombras de la noche, nos pidió un espejo, se incorporó un poco y se miró muy tranquilo un rato, diciendo luego: pues no tengo la cara tan desfigurada como pensaba. Creía estar peor. A la una de la noche, conociendo ya su próximo fin, estrechaba la mano a su idolatrado sobrino Valentín, en señal de despedida eterna, indicándole que se retirase, y luego añadió: ¡Es muy joven para ver esto! (...) Quedose muy postrado, oyéndose sólo el estertor de su agonía. El último momento estaba próximo. ¡Fernando...! ¡Fernando!– dijo. Y expiró.
Fernando, de la ópera La Favorita, era probablemente su personaje más querido. Julián Gayarre, además de un ídolo musical, un tipo digno de conocerse.