Escapar

<b>Escapar</b>
El 27 de enero de 1979 tu sangre y la lluvia mojaron nuestra acera

29 septiembre 2008

Regreso a Leiza

Titulo parafraseando el del libro de Javier Marrodán Regreso a Etxarri Aranatz. El lector avisado conoce que ese libro habla, mejor dicho, deja hablar a sus protagonistas, del terrorismo en Navarra; de esa hendidura lacerante que surca la historia reciente del Viejo Reyno. Pues eso, que la pasada semana regresé a Leiza para honrar la memoria de una víctima del terrorismo. Para, gracias a ella, honrarme a mí mismo como ciudadano; y ciudadano navarro y español. Se cumplió el sexto aniversario del asesinato del cabo de la Guardia Civil Juan Carlos Beiro. María José Rama, la viuda, conduce su coche desde Asturias por cada una de las estribaciones de esta media docena de otoños hasta Leiza. Regresa al lugar del crimen que se llevó la vida de Carlos.

La vida de Carlos. Una vida ¿nada más? Bien pensado, dicho así me parece poco decir. Es una mentira por omisión si atendemos al coste verdadero del asesinato: la vida del asesinado arrancada de las vidas de los otros, cuya intrincación generó más vidas, de modo que la suma de todas ellas hace mayor número que las personas que las viven. Un eco fecundo de conocimiento, amistad, amor, cariño, compañerismo... que se derrama entre el género humano como en ondas de relación concéntricas; que crecen cortando e involucrándose marcadamente con sus próximas, más suavemente con las demás. Vectores de la idea de humanidad que el terrorista perdió disuelta en el odio o que arrojó al fondo del infierno de su fanatismo. Matadas las vidas que eran y más vidas que pudieron ser, que ya no son. No por la fatalidad de un accidente; no por la inesperada enfermedad con la que la naturaleza subrepticiamente nos venía minando; no por una acalorada reyerta venida a peores. No. Todas esas vidas no brillan por la fría voluntad asesina, por el cálculo terrorista que pretende empujar el fiel del pulso contra la nación -cada uno de nosotros- mediante el miedo; por la imposición totalitaria del proyecto nacionalista vasco; de la idea de Arana, el protonazi de Abando.
Con que uno de los racimos de todas esas vidas que penden de la cuenta del asesinato de Carlos, el proyecto con María José y sus dos niños, se esfumó de un bombazo hace seis años en un triste lugar de Leiza. Sobre la grava sucia de una carretera secundaria cayó desventrado el cabo Juan Carlos Beiro. Al volante y provista de su corajudo corazón de esposa y madre, ella ha regresado nuevamente a Leiza. La acompañan los hijos, abuelos, cuñados y un precioso sobrino que el difunto no conoció. Ha vuelto nuestra amiga María José. Reparte besos, sonrisas y derrama emocionadas lágrimas sobre la misma grava que recibió el cuerpo de su marido, la que recibe hoy nuestra flores de mano de esos sus dos hijos.
¡Cómo me muerde en el alma esa escena año tras año! Aquella bomba bajo ningún concepto debió ser; nunca esos niños debieron verse ofrecer flores al padre asesinado en el lugar del atentado. El dolor de esa penosísima escena no vale un millón de esas euscalerrías mentirosas, melancolías sangrientas de abertzales de una patria imaginaria. Finalizado el acto nos despedimos recibiendo muchos “gracias” de la familia del cabo asesinado. En aparente paradoja, los hondamente agradecidos somos nosotros, quienes orgullosos arropamos el sencillo acto. Porque la sonrisa de María José nos brinda todos los años la oportunidad de ser ciudadanos al pie de una carreta comarcal en Leiza, honrando a uno de los nuestros. Vuelven ya para Asturias. Yo regreso a casa casi solo. Sí, casi solo. Me acompaña una lágrima que feliz recorre mi mejilla, secándose resueltamente en la promesa de nuestro regreso. Hasta otro año.