Escapar

<b>Escapar</b>
El 27 de enero de 1979 tu sangre y la lluvia mojaron nuestra acera

04 abril 2011

Entrevista en el semanario ALBA - 01.04.2011
Por Luis Losada Pescador



Su camino no ha sido fácil. ETA asesinó a su padre en 1979. Desde entonces, Salvador ha vivido una larga noche oscura. Ha pasado de la depresión al ir tirando, queriendo creer hasta llegar a “saber de Dios”. Un camino largo que le permite ahora, a sus 46 años, vivir con alegría por primera vez. ¿La clave? El hijo pródigo.

-ETA asesinó a su padre, ¿se ha sentido alguna vez abandonado por Dios?
-Nunca he sido de “¿por qué yo?”. Pero alguna vez he pensado que Dios me había dejado tirado, que era un Dios sinvergüenza, negligente.
-Una buena factura pendiente…
-Es evidente que Dios no es responsable de lo malo que nos pasa, pero se lo echaba en cara. Le decía unas cosas tremendas.
-¿Por ejemplo?
-A veces le he pedido que me dejara en paz, que se fuera a la mierda. Alguna noche también le llegué a pedir que a la mañana siguiente no me despertara.
-¿Por qué nunca ha tirado la toalla?
-Yo qué sé. Supongo que era Dios quien mantenía esa lucecita. Además, un tizón fuera del fuego se enfría; y yo no quería perderme.
-¿Le costó aguantar, le pesaba como una losa?
-No. Tenía una fe infantil, calculadora, de preceptos. Los cumplía y punto, pero sin alegría, con enorme aridez.
-¿Nunca ha vivido con alegría?
-No. Me lo pasaba bien a veces, pero me faltaba la alegría de vivir.
-A pesar de la aridez seguía en grupos de parroquia. ¿Por qué?
-Porque como dice santa Teresa, no hay amor sin paciencia. Perseveré, aunque con muchos altibajos, pero nunca he dejado de buscar.
-¿Cuál es su situación actual?
-No creo en Dios, sé de Dios, lo he experimentado.
-¿Cuándo fue eso? ¿Qué pasó?
-No se sabe bien cómo. Pero el verano pasado, leyendo a Etty Hillesum, una judía holandesa, me di cuenta de que vivimos en Dios, somos su ADN. Es intrínseco a nosotros, pero nos trasciende.
-¿Fue entonces cuando tuvo la certeza de Dios?
-Esa noche, al cerrar el libro, dije: “Estás aquí”.
-Algunos amigos lo habían vivido antes. ¿Le daba envidia?
-Al contrario, me reía. Lo consideraba una emoción religiosa.
-Y hoy vive con esa certeza.
-Vivo la vida con alegría. Soy indecentemente feliz, a pesar de lo que ocurre.
-¿No le importa que el Gobierno pueda estar negociando con ETA?
-Claro que me importa. Cada cosa en su sitio. Ni buenismos ni relativismos. Y el arrepentimiento no impide la justicia o la reparación; al contrario, es una exigencia del corazón.
-¿No teme perder esa consolación espiritual?
-Si. Me agarro a esto como una lapa. Tengo mi orgullito de haberle tocado las barbas a san Pedro, pero temo volver a caer en el abismo. Solo me consuela saber que un día le vi, que le he visto la patita.
-¿Qué papel ha jugado su mujer?
-Cuando yo me quejaba de que Dios me había dejado tirado, ella estaba ahí. Y no fue fácil. Era la enviada de Dios. Porque Dios no hace cosas raras, te pone a gente en el camino.
-También a los amigos.
-El atentado me quitó a mi padre, pero me dio personas que yo llamo contrapesos. Gente honrada, sin doblez, buena.
-¿Por ejemplo?
-El periodista Javier Marrodán. Me propuso en 2000 hacer un reportaje sobre el atentado de mi padre. Eso me ayudó a abrir la tapa reprimida de la podredumbre y del dolor que había cerrado en 1979. Me ayudó a deshacer el nudo, a escupir.
-¿Esa sanación psicológica le ha permitido aclararse con Dios?
- Todo se entremezcla.
-¿Qué más le ha ayudado?
-La lectura de El hijo pródigo, del jesuita holandés Henry J. Nowen. Saber que Dios siempre te perdona para volver a empezar. Ese es el Dios que nos descubre Jesús con palabras literales, según los exegetas.
-¿Que le diría a la gente que duda?
-Paciencia. No hay que dejarlo. No hay amor fino sin paciencia. Y que esto no se resuelve como las matemáticas, que vayan al hijo pródigo.
-¿Y a sus hijos?
-Al mayor le digo que la vida es larga, que sin empeño no hay nada, que no deje apagarse esa lucecita, aunque la Iglesia tenga defectos. Los curas tienen defectos, como cualquiera.