Escapar

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El 27 de enero de 1979 tu sangre y la lluvia mojaron nuestra acera

02 abril 2010

¿Dónde está Dios?

De Víctor Manuel Arbeloa. Diario de Navarra 31.03.2010


El grito, el alarido casi, se ha repetido una y otra vez durante la tragedia reciente en Haiti. Pero viene de mucho más lejos, de mucho antes del Holocausto, donde millones de judíos y no pocos cristianos se habían preguntado, en medio de aquel infierno de dolor y de horror, dónde estaba aquel Dios-Yahveh, misericordioso y compasivo, en quien habían creído y esperado, a quien algunos habían amado hasta dar su vida por Él.

Ya en el salmo davídico 22, una de las piezas más hermosas de la literatura universal, afín al poema del Siervo doliente del profeta Isaías, el justo perseguido truena con su voz atormentada:

"Dios mío, Dios, ¿por qué me has abandonado?/ ¡Lejos de mi salvación la voz de mis rugidos!
Dios mío, de día clamo, y no respondes, / también de noche, no hay silencio para mí".

Parece un grito desesperado, pero todo el salmo es una honda oración doliente, que termina en una acción de gracias por la liberación esperada. El evangelista Marcos puso el primer verso en labios de Jesús crucificado, pero Lucas añadió otro verso de la tercera estrofa de un salmo similar, el 31, donde aparece el otro flanco de la súplica dolorida:

"Sácame de la red que me han tendido, / que tú eres mi refugio.
En tus manos mi espíritu encomiendo. / Tú, Yahveh, me rescatas".

La obra maestra de la literatura sapiencial, el libro de Job, a comienzos del siglo V antes de nuestra era, narra el drama de un justo que sufre cruelmente. El dolor le arranca gritos y arrebatos contra Dios, a quien busca desesperadamente, porque le cree bueno, pero no encuentra significado a su prueba que sufre con escándalo.

Muchísimos creyentes de todo género y condición han revivido la suerte de los justos de los salmos y del paciente-impaciente Job, o no han conseguido quizás su plena confianza final. Se han agitado entre el Dios de la magia y de la fe, de la retribución terrena y de la retribución ultraterrena, de la justicia y de la injusticia, el Dios de la promesa y del silencio, el Dios trascendente y el Dios ídolo a la manera del hombre.
¿Dónde está Dios? Yo no sé dónde están los dioses de Grecia y de Roma en los momentos decisivos de los hombres. Ni dónde estaban durante los siglos de la trata de negros, durante las matanzas y las guerras, durante el Holocausto o la tragedia de Haiti. No sé si se entretenían en sus celos y raptos amorosos, en sus frecuentes banquetes olímpicos o en sus correrías favoritas por el mundo de los hombres.
No sé dónde están los numerosos dioses o los espíritus de algunas grandes religiones, que conozco mal, y que tal vez sean, en muchos casos, expresiones y manifestaciones de una sola divinidad.

Pero sé dónde está el Dios de Jesús de Nazaret, de quien alguien pudo decir en frase audaz y sugeridora:
-Dios está en la cruz.
Es decir, el Ungido (Cristo) de Dios, el Hijo de Dios, el Hijo del hombre, el Enviado por Dios, como le llamaron y Él lo vivió, acabó en la cruz, el más atroz de los tormentos, por predicar el nuevo Reino de Dios, por ser el hombre para todos, el amigo de todos los excluidos de la sociedad religiosa y política de su tiempo, víctima de los tres grandes poderes de Palestina: la jerarquía sacerdotal, los príncipes herodianos y los ocupantes romanos. Seguidores innumerables del Maestro, los mejores y más fieles, han subido y siguen subiendo a todas las cruces de los siglos.

Pero la pregunta anterior, tan seria e inesquivable, tiene que ser completada e incluso sustituida, en la prioridad práctica, por ésta otra: en la tragedia de Haiti, y en todas las tragedias y miserias de la vida, ¿dónde estamos nosotros? ¿Dónde los cristianos, los creyentes, los increyentes, los agnósticos, los ateos, los antiteos? ¿Dónde? Si estamos con los hombres que sufren, Dios estará allí con nosotros.