Cuando piso el centro de Madrid me siento como en casa. Debe ser que siempre voy al encuentro de buenos amigos. Y así es. Pero es que, además, este visitante provinciano llega al despreocupado cabo de la semana, al relajo del finde. A mi llegada el pasado viernes, la tarde noche madrileña amenazaba ya de muerte a la rutina de entresemana. La acelerada tensión laboral de la mayoría cedía a ojos vista, languidecía frente al pulular de los primeros grupos de muchachos y muchachas que, a modo de avanzadillas, abren paso hacia las horas del ocio, donde se reunirán con los demás, mayores, descargados definitivamente –hasta el lunes– de trajines y angustias cotidianas.
Los restos de la templada tarde madrileña me reciben amables cuando emerjo desde el metro por las escaleras de una de boca de Sol. Alzo la vista y el cuadro de cielo inscrito entre los tejados amenaza nuboso. Pero no le creo y me despido de ese Tío Pepe con un guiño. Camino hasta la casa de mi amigo. Como siempre, me recibe de la mejor manera. ¿Cuál será? Muy fácil, se limita a ser él: cordial, cariñoso, confianzudo, bueno. No hay nada impostado en Agapito Maestre y su familia. Así que, gracias a ellos, además de otras razones digamos que de índole socio ambiental, me encuentro como en casa cuando llego a Madrid. Sí.
Picoteamos embutido, un refresco y a la calle en busca de un taxi. Tras liquidar un asunto de los suyos, nos reunimos con dos amigos más: Mariano y Ricardo. Dos tipos que dejan poco hueco al aburrimiento y la levedad. Mucho hablamos de la situación política: de cómo encarará la legislatura el pérfido ZP con su temible idea de esta piel de toro, de si Rajoy se aparecerá en cuerpo y alma ideológicos, de las víctimas y de mil cosas. Al día siguiente asistiré a una reunión de la AVT, con Alcaraz y la Junta a la cabeza de los 22 delegados territoriales. La última que presidirá el de Torredonjimeno. Me expresan buenos consejos y sus mejores deseos para los míos, los de la AVT. Estos tres son de ley. Cerramos con pelotazo en un bar de copas. Tras promesas de nuevas citas, incluso –te lo recuerdo Ricardo– en Navarra, a dormir. Poco, bien y contento. Buenos tipos.
Al día siguiente la reunión. Nuevamente amigos: gente decididamente asida a la convicción de que las víctimas son ciudadanos de pleno derecho, no meros objetos de piedad. Formulación del maestro Maestre que repito hasta la saciedad. Detrás de cada uno de esos compañeros de la AVT hay duras historias. Dolor que les ha hecho temblar muchas veces e incluso caer, pero que no ha conseguido doblegarlos. La viuda veinteañera, hoy abuela de nietos sin abuelo. La joven hija cuyo padre no ha vuelto a ser sombra de quien era tras aquella bomba que enviaron a casa. El TEDAX que hoy vive gracias al cuerpo de su compañero, su llorado amigo, que paró la onda expansiva de la explosión. El hijo para el que su padre son las fotos, los relatos y el amor de su madre… porque no lo recuerda: lo mataron siendo niño pequeño. El policía que recuerda a sus compañeros destrozados por la explosión y el miedo que le dominaba cuando, maltrecho, se irguió pistola en mano para defenderse, convencido de que venían para rematarlos. El hombre que no ha conseguido volver al cementerio de su pueblo. Allí donde reposan los desarmados restos de sus dos sobrinitas y de su hermano, amigo y confidente. Jienense cementerio de blancos muros en los que hijos de Satanás pintaron “viva Eta”. El padre cuyo hijo salió temprano de casa para tomar el cercanías en Alcalá y que, como los otros 191, no volvió a cruzar el umbral de un hogar que, amoroso y testarudo, se resiste a dejar de esperarlo. Me impresiona su afabilidad, me acaricia la paz que transmite, con ayuda de Dios, que lo sé, amigo.
Los restos de la templada tarde madrileña me reciben amables cuando emerjo desde el metro por las escaleras de una de boca de Sol. Alzo la vista y el cuadro de cielo inscrito entre los tejados amenaza nuboso. Pero no le creo y me despido de ese Tío Pepe con un guiño. Camino hasta la casa de mi amigo. Como siempre, me recibe de la mejor manera. ¿Cuál será? Muy fácil, se limita a ser él: cordial, cariñoso, confianzudo, bueno. No hay nada impostado en Agapito Maestre y su familia. Así que, gracias a ellos, además de otras razones digamos que de índole socio ambiental, me encuentro como en casa cuando llego a Madrid. Sí.
Picoteamos embutido, un refresco y a la calle en busca de un taxi. Tras liquidar un asunto de los suyos, nos reunimos con dos amigos más: Mariano y Ricardo. Dos tipos que dejan poco hueco al aburrimiento y la levedad. Mucho hablamos de la situación política: de cómo encarará la legislatura el pérfido ZP con su temible idea de esta piel de toro, de si Rajoy se aparecerá en cuerpo y alma ideológicos, de las víctimas y de mil cosas. Al día siguiente asistiré a una reunión de la AVT, con Alcaraz y la Junta a la cabeza de los 22 delegados territoriales. La última que presidirá el de Torredonjimeno. Me expresan buenos consejos y sus mejores deseos para los míos, los de la AVT. Estos tres son de ley. Cerramos con pelotazo en un bar de copas. Tras promesas de nuevas citas, incluso –te lo recuerdo Ricardo– en Navarra, a dormir. Poco, bien y contento. Buenos tipos.
Al día siguiente la reunión. Nuevamente amigos: gente decididamente asida a la convicción de que las víctimas son ciudadanos de pleno derecho, no meros objetos de piedad. Formulación del maestro Maestre que repito hasta la saciedad. Detrás de cada uno de esos compañeros de la AVT hay duras historias. Dolor que les ha hecho temblar muchas veces e incluso caer, pero que no ha conseguido doblegarlos. La viuda veinteañera, hoy abuela de nietos sin abuelo. La joven hija cuyo padre no ha vuelto a ser sombra de quien era tras aquella bomba que enviaron a casa. El TEDAX que hoy vive gracias al cuerpo de su compañero, su llorado amigo, que paró la onda expansiva de la explosión. El hijo para el que su padre son las fotos, los relatos y el amor de su madre… porque no lo recuerda: lo mataron siendo niño pequeño. El policía que recuerda a sus compañeros destrozados por la explosión y el miedo que le dominaba cuando, maltrecho, se irguió pistola en mano para defenderse, convencido de que venían para rematarlos. El hombre que no ha conseguido volver al cementerio de su pueblo. Allí donde reposan los desarmados restos de sus dos sobrinitas y de su hermano, amigo y confidente. Jienense cementerio de blancos muros en los que hijos de Satanás pintaron “viva Eta”. El padre cuyo hijo salió temprano de casa para tomar el cercanías en Alcalá y que, como los otros 191, no volvió a cruzar el umbral de un hogar que, amoroso y testarudo, se resiste a dejar de esperarlo. Me impresiona su afabilidad, me acaricia la paz que transmite, con ayuda de Dios, que lo sé, amigo.
Y así tantas historias. Historias que los tumbaron, ciertamente, pero que no han conseguido destruirlos. Ciudadanos que, acopiando fuerzas y cuidando heridas, se yerguen firmes, españoles. Palpo dignidad y coraje ciudadanos cuando contemplo el resultado de sus epopeyas personales.
Ventilamos nuestros asuntos y parto de regreso a Pamplona. Me acompaña muy especialmente el recuerdo de las viudas, mis compañeras viudas, corajudas mujeres. En mi teléfono observo con mimo la foto de mi madre, la amá Rosa, viuda, buena, fuerte. Lloro dichoso hacia dentro. Vuelo de vuelta constipado y feliz; cargado de los bellos ecos amicales, nocturnos y diurnos. Gracias a unos y otros porque, nuevamente, desde casa regresé a mi hogar.
Ventilamos nuestros asuntos y parto de regreso a Pamplona. Me acompaña muy especialmente el recuerdo de las viudas, mis compañeras viudas, corajudas mujeres. En mi teléfono observo con mimo la foto de mi madre, la amá Rosa, viuda, buena, fuerte. Lloro dichoso hacia dentro. Vuelo de vuelta constipado y feliz; cargado de los bellos ecos amicales, nocturnos y diurnos. Gracias a unos y otros porque, nuevamente, desde casa regresé a mi hogar.