El otro día recibí un correo de José Mari Izquierdo. Este teniente de la Policía Nacional sufrió un atentado etarra el 7 de mayo de 1985. Perdió un brazo y ambas piernas. Los terroristas colocaron una bomba bajo su coche. Por consiguiente, lo amarraron a su silla de ruedas. Tiene pérdida de audición y en ocasiones se impacienta cuando no entiende lo que se ventila en una conversación. Es lo mínimo que uno puede manifestar tras 23 años arrostrando las permanentes dificultades impuestas por esos hijos de Satanás, suelo pensar. Siempre, desde el primer día que le vi, me pareció buena gente. No sé, se trata de la típica sensación que todo el mundo experimenta alguna vez ante alguien recién conocido y que luego se confirma.
El caso es que el buen José Mari se encargaba de defender nuestra libertad. Sí, sí. Y esto hay que decirlo por muy evidente que parezca cuando se piensa. Los miembros de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad velan por el Estado de Derecho que sostiene hoy nuestra nación. Por tanto nuestra libertad. Porque sólo la nación española es libertad ciudadana. Esas otras inventadas naciones de los nacionalismos son totalitarias. Sus supuestos nacionales no tienen derechos si no están supeditados a los de ese ente, esa mentira. Sólo los afectos al ente pueden definirlo y designar los derechos del pedazo de tierra, de “la” lengua y de “la” cultura, por encima de los de un ciudadano a educar a su hijo en la lengua oficial que le plazca o a trabajar donde quiera. Cultura de la que excluyen toda lengua que no sea la de culto obligado -la de la religión nacionalista- y escasa utilidad comunicativa. Que para comunicarnos tenemos las lenguas, digo yo. Absurdo. El castellano es la lengua de la mayoría de los habitantes de esa mítica Euskalerria de Sabino, por ejemplo. ¿No será vasca la literatura de Unamuno o Pío Baroja? Además ¿no tiene el vascuence abundantes préstamos del castellano en su normal convivencia desde hace muchos siglos? Pues ambas son altamente estimables como cultura vasca, digo yo. Incluso más la mayoritariamente hablada.
Pues por la consecución de esa Euskalerria excluyente de lo español y totalitaria, y por tanto, por destruir la nación española, nuestra libertad, han matado y herido a los nuestros. Si uno confronta la nación española rica en culturas, con esta pieza de totalitarismo sentimental, se da cuenta de que en la primera los derechos son del individuo antes que de una lengua o un territorio. Justo al contrario que en la segunda, falsa, en la que los derechos del terruño y de una lengua deben ser soportados por sus vasallos. La mayor prueba de la inexistencia de esas naciones es eso, la imagen de algo cuya construcción se pretende. Por tanto, que no existía. ¿No han oído nunca hablar a los nacionalistas de “la construcción de Euskalerria”? Prueba irrefutable de su inexistencia. ¿Y ese artefacto tiene derechos por encima de los de mi hijo? Váyase a paseo. Si tras estas majaderías del melancólico Arana no hubiera asesinatos, mutilación, intimidación y falta de libertad, nadie se entretendría con bobadas nacionalistas e Ibarretxe se dedicaría a otra cosa. Si hace treinta años hubiésemos vencido a Eta y las cortapisas y amenazas a los odiosos españoles no existieran, verían ustedes qué quedaba de este nacionalismo montaraz. Nuestra libertad, eso quedaría. Así que señores nacionalistas, a por treinta años de libertad y después hablamos. Amigo, que de eso no quieren saber nada.
Retomando el hilo. En el caso concreto de José Mari le debemos gratitud y respeto porque trabajaba en la imprescindible tarea de apuntalar nuestro Estado de Derecho, la libertad. Es decir, España. José Mari se adhirió hace relativamente poco tiempo a esto de internet. En su correo me cuenta que diariamente se pasea por esta mi acera. Me llevé una enorme alegría. En este mundo cibernético José Mari no tiene limitación alguna. Se lo dije cuando su bautismo de internet. Así que ahora podemos encontrarmos y saltar y abrazarmos; dar largas caminatas y unas patadas al balón. No son precisas sillas eléctricas y su escucha es perfecta. Magnífico. Podemos contarnos cómo está el país y hasta otra. Él se largará a continuar sus ingentes cantidades de lectura. Y me dejará en esta acera junto con mi niño de 13 años. Lo suelo traer conmigo. Bueno, que a veces se escapa solo hasta aquí y salgo yo en persecución. Se agacha junto al padre abatido a tiros y tomando su cabeza contra el pecho, besa su frente, lo acaricia y le habla no sé qué. Se consuela, la verdad. No pudo hacerlo en 1979 y ahora esto le hace bien, sí. Mientras yo, mi yo de 43 años, le observo con toda la ternura que llevo puesta, que es mucha. Porque sé mejor que nadie lo que ha pasado el pobre chaval. Luego camino unos escasos metros hasta la puerta de nuestra casa. Aún se aprecia un orificio de bala en la pared. Y entro pensando qué escribir que le guste... ¿al niño? Sí. Y también al padre abatido y a José Mari y a la nación española que ellos encarnan. Y verdaderamente, alcanzo mucha paz. Gracias a Dios.
El caso es que el buen José Mari se encargaba de defender nuestra libertad. Sí, sí. Y esto hay que decirlo por muy evidente que parezca cuando se piensa. Los miembros de los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad velan por el Estado de Derecho que sostiene hoy nuestra nación. Por tanto nuestra libertad. Porque sólo la nación española es libertad ciudadana. Esas otras inventadas naciones de los nacionalismos son totalitarias. Sus supuestos nacionales no tienen derechos si no están supeditados a los de ese ente, esa mentira. Sólo los afectos al ente pueden definirlo y designar los derechos del pedazo de tierra, de “la” lengua y de “la” cultura, por encima de los de un ciudadano a educar a su hijo en la lengua oficial que le plazca o a trabajar donde quiera. Cultura de la que excluyen toda lengua que no sea la de culto obligado -la de la religión nacionalista- y escasa utilidad comunicativa. Que para comunicarnos tenemos las lenguas, digo yo. Absurdo. El castellano es la lengua de la mayoría de los habitantes de esa mítica Euskalerria de Sabino, por ejemplo. ¿No será vasca la literatura de Unamuno o Pío Baroja? Además ¿no tiene el vascuence abundantes préstamos del castellano en su normal convivencia desde hace muchos siglos? Pues ambas son altamente estimables como cultura vasca, digo yo. Incluso más la mayoritariamente hablada.
Pues por la consecución de esa Euskalerria excluyente de lo español y totalitaria, y por tanto, por destruir la nación española, nuestra libertad, han matado y herido a los nuestros. Si uno confronta la nación española rica en culturas, con esta pieza de totalitarismo sentimental, se da cuenta de que en la primera los derechos son del individuo antes que de una lengua o un territorio. Justo al contrario que en la segunda, falsa, en la que los derechos del terruño y de una lengua deben ser soportados por sus vasallos. La mayor prueba de la inexistencia de esas naciones es eso, la imagen de algo cuya construcción se pretende. Por tanto, que no existía. ¿No han oído nunca hablar a los nacionalistas de “la construcción de Euskalerria”? Prueba irrefutable de su inexistencia. ¿Y ese artefacto tiene derechos por encima de los de mi hijo? Váyase a paseo. Si tras estas majaderías del melancólico Arana no hubiera asesinatos, mutilación, intimidación y falta de libertad, nadie se entretendría con bobadas nacionalistas e Ibarretxe se dedicaría a otra cosa. Si hace treinta años hubiésemos vencido a Eta y las cortapisas y amenazas a los odiosos españoles no existieran, verían ustedes qué quedaba de este nacionalismo montaraz. Nuestra libertad, eso quedaría. Así que señores nacionalistas, a por treinta años de libertad y después hablamos. Amigo, que de eso no quieren saber nada.
Retomando el hilo. En el caso concreto de José Mari le debemos gratitud y respeto porque trabajaba en la imprescindible tarea de apuntalar nuestro Estado de Derecho, la libertad. Es decir, España. José Mari se adhirió hace relativamente poco tiempo a esto de internet. En su correo me cuenta que diariamente se pasea por esta mi acera. Me llevé una enorme alegría. En este mundo cibernético José Mari no tiene limitación alguna. Se lo dije cuando su bautismo de internet. Así que ahora podemos encontrarmos y saltar y abrazarmos; dar largas caminatas y unas patadas al balón. No son precisas sillas eléctricas y su escucha es perfecta. Magnífico. Podemos contarnos cómo está el país y hasta otra. Él se largará a continuar sus ingentes cantidades de lectura. Y me dejará en esta acera junto con mi niño de 13 años. Lo suelo traer conmigo. Bueno, que a veces se escapa solo hasta aquí y salgo yo en persecución. Se agacha junto al padre abatido a tiros y tomando su cabeza contra el pecho, besa su frente, lo acaricia y le habla no sé qué. Se consuela, la verdad. No pudo hacerlo en 1979 y ahora esto le hace bien, sí. Mientras yo, mi yo de 43 años, le observo con toda la ternura que llevo puesta, que es mucha. Porque sé mejor que nadie lo que ha pasado el pobre chaval. Luego camino unos escasos metros hasta la puerta de nuestra casa. Aún se aprecia un orificio de bala en la pared. Y entro pensando qué escribir que le guste... ¿al niño? Sí. Y también al padre abatido y a José Mari y a la nación española que ellos encarnan. Y verdaderamente, alcanzo mucha paz. Gracias a Dios.