Don Juan Carlos ha elogiado al presidente Zapatero en términos desconocidos hasta la fecha. Algo inédito. Los anteriores presidentes no gozaron nunca de semejante alabanza real en público, al menos durante el ejercicio de sus funciones. La Casa del Rey ha salido al paso de la leve, leve, polémica creada, diciendo que era un comentario informal el de don Juan Carlos y no unas declaraciones oficiales. Eso a mí me da exactamente igual. El Monarca respondió claramente a una pregunta igualmente clara de la periodista. Bien, sabemos qué opinión anida, bajo la corona, en la regia testa de don Juan Carlos I de España. Y lo dicho por el Rey me parece no ya mal, me parece desalentador, frustrante. Y qué quieren que les diga, que tal vez ni eso. Me curé de espantos. Así que lo que me sale es intentar entender al Rey. Y a resultas de mi cavilación, la conclusión es que acepta lo del estado plurinacional y la soberanía por partes en mortal detrimento de la soberanía nacional de la Constitución Española. Sí, esa que defendían tantos asesinados por Eta. Tal vez me equivoque, pero no me negarán que la pinta es horrorosa. ¿Juan Carlos I de la Confederación Ibérica de Naciones, la Expaña de Antonio Burgos?
Soy veterano en esta cosa de ser víctima del terrorismo. Y no estoy para andarme en bobadas de bizcocho. Me niego a negociar con mis ojos, oiga, que ven lo que ven. Desde mi infancia he conocido el acoso nacionalista al grito de ¡españoles!, el asesinato de mi padre, aquel “algo habrá hecho”, el desprecio y la opresión que el nacionalismo continuó dispensándonos a viuda e hijos… Y así, amigos. En fin, que treinta años a contar desde el agujero de la serpiente que es Echarri Aranaz desde los setenta, dan para mucho decir.
Recuerdo que en casa se recibió un telegrama de condolencias de la Casa del Rey tras el asesinato de mi padre a manos de Eta. Más concretamente a manos del etarra Vicente Nazábal, compañero de despacho de Patxi Zabaleta, ese miserable. Vuelvo al telegrama. Recuerdo que me pareció poca cosa, la verdad. Esa era toda la respuesta de los Reyes ante el drama de mi madre y hermanos, el del chaval que vio matar a su padre en sus mismas narices unas horas antes. Pero fue un pensamiento fugaz. Pensé que don Juan Carlos tendría muchas ocupaciones. Al cabo, mi padre era absolutamente desconocido y nosotros sólo éramos mi familia, nada más. Ciertamente, durante décadas, España ha maltratado minuciosamente a los suyos mientras se mostraba lisonjera con los nacionalistas, sustentadores políticos del terror, y concretamente de nuestra tragedia familiar.
En aquellos años de plomo Eta nos mataba al por mayor; fácil, como quien disparara en un tiro al pichón. Las víctimas vivíamos escondidas y rodeadas del “algo habrá hecho” y la teoría del empate infinito de los cojones, según la cual el final necesariamente era una negociación con Eta, porque la mafia esa era invencible. Recuerdo que los etarras se sentían tan fuertes que despreciaban la negociación. “NEGOZIAZIOA EZ”, escupía en negro durante décadas un pintada en Arruazu junto a la carretera, pueblo cercano al mío. Pero tras cada atentado –cientos– tras el asesinato y la mutilación, don Juan Carlos, el gobierno de turno y la oposición constitucionalista, es decir, los nuestros, nos repetían hasta la saciedad el mismo mensaje: esperanza, confiad en el Estado de Derecho que con toda seguridad vencerá al terrorismo. Y aquellas prédicas aún resuenan en mi cabeza. Treinta años rebotando de un lado a otro, sin salirse, del cráneo de este español que suscribe. Necesitábamos confiar en nuestras instituciones. No había otra salida, porque otra salida era la venganza y la desesperación destructora. Y muchos eran los peligros que acechaban a la recién nacida democracia.
Y así fuimos arrimando el hombro en la construcción de nuestro sistema de convivencia y casi conseguimos, ay, la derrota de Eta. La promesa de la democracia española a sus víctimas iba a cumplirse definitivamente. El Pacto Antiterrorista era la mejor de las situaciones posibles en la reparación moral y política de las víctimas. Hasta que llegaron las malas artes de ZP. Sería enojoso el trabajo de volver a apilar sobre estas líneas las archiconocidas pruebas de la doblez y mendacidad de José Luis Rodríguez Zapatero, de su felonía al fin, en todo el triste asunto de los tratos con Otegi, Ternera, De Juana y gentuza de similar jaez; nuestros asesinos, vaya, mientras se lanzaban huestes zapaterinas al acoso y derribo de la AVT, especialmente del honrado y valiente Alcaraz.
Tan bonitamente, ZP rompió la promesa de la democracia española a sus víctimas; sacrílego él, me atrevo a decir. Se alió con la antiespaña, los nacionalistas, mi tortura desde niño, en un proyecto destructor de la nación por cuya defensa fueron asesinados tantos ciudadanos; para cuya destrucción fueron matadas todas las víctimas. Ellas encarnan la tenacidad democrática española, la nación misma. Estos zapaterescos años, han elevado la intensidad del dolor, por el engaño, de la inmensa mayoría de las víctimas a niveles de los años ochenta. Despreciadas e insultadas.
Y nada, don Juan Carlos declara que Zapatero es un compendio de virtudes, un hombre honesto y recto. Esto adquiere la apariencia de una real aprobación de los actos del fullero presidente de mis pecados. Y no consigo encajarla con los discursos regios sobre las víctimas. ¿Serían filfa? ¿Serían unas vendas para la víctima “herido” que terminan por tapar su ciudadanía? Un sacrilegio en términos cívico nacionales. Tanto caminar, tanto construir, para esto. El desánimo ciudadano de esta víctima que les teclea tienta al pensamiento, empuja razón y espíritu a decidir que no valieron la pena la abnegación ni el civismo. Ni por este Rey de mis desafectos, con el que no logro ya identificar mi nación; incluso ni por ella misma, triste nación pancista y achatarrada.