Supongamos por un momento que, tras la victoria electoral de 2004, en un exigible ejercicio de responsabilidad presidencial, Rodríguez Zapatero hubiese razonado con criterio patriótico, práctico además.
Soñemos que, después de una grave pensada, concluyera que tras la tremenda conmoción colectiva que supusieron los atentados del 11-M, España necesitaba curar heridas. Que aquel trauma colectivo debía ser tratado con una decidida labor de cohesión política y ciudadana, de catarsis nacional. Que el Presidente estaba llamado a serlo, más que nunca, de todos los españoles. Que las controversias nacidas de las viejas querellas entre españoles debían permanecer a buen recaudo en los libros. Que las recientes querellas había que atemperarlas. Que las cosas de la lucha contra el terrorismo, por bien encaminadas hacia su pronta derrota, debían permanecer intactas, a pesar de que sus parlamentos con Eta a espaldas del Pacto Antiterrorista ya existían, PSE mediante. Los cancelaría, ¡qué demonios! Que era de todo punto beneficiosa la continuidad y consolidación de la unidad en la estrategia política, policial y judicial de la inmensa mayoría de los españoles –PSOE y PP– frente a Eta y las minorías disgregadoras que con ella reman sin parar. Que…
En consecuencia, imaginemos a Eta sin ninguna capacidad de influencia en nuestra vida política porque, sin perjuicio de agrias disputas en temas secundarios a lo que va dicho, Zapatero y Rajoy tuviesen firmado un “papelito” –que diría De la Vega con aquel tonito…– en el que se blindaran cuatro asuntos de interés nacional. Y a partir de ahí… ¡guerra política sin cuartel entre socialistas, populares y demás!
Según una encuesta que publicaba El Mundo no hace tanto y si mal no recuerdo, este o similar desiderátum anida en las mentes del 80% de los españoles. Y calcule el lector de qué modo anidará en las de las víctimas del terrorismo, que lo somos por causa del daño que el terrorismo nacionalista inflige a España, el bien común a proteger. Pues algo tan benéfico no es una feliz realidad por la sencilla razón de que a ZP no le ha dado la gana, ¡oh desgracia! Fíjese, con lo bien que podíamos estar la gran mayoría, que de eso se trata, digo yo. Pero amigos, los caminos de las funestas ansias infinitas presidenciales son inescrutables.
Soñemos que, después de una grave pensada, concluyera que tras la tremenda conmoción colectiva que supusieron los atentados del 11-M, España necesitaba curar heridas. Que aquel trauma colectivo debía ser tratado con una decidida labor de cohesión política y ciudadana, de catarsis nacional. Que el Presidente estaba llamado a serlo, más que nunca, de todos los españoles. Que las controversias nacidas de las viejas querellas entre españoles debían permanecer a buen recaudo en los libros. Que las recientes querellas había que atemperarlas. Que las cosas de la lucha contra el terrorismo, por bien encaminadas hacia su pronta derrota, debían permanecer intactas, a pesar de que sus parlamentos con Eta a espaldas del Pacto Antiterrorista ya existían, PSE mediante. Los cancelaría, ¡qué demonios! Que era de todo punto beneficiosa la continuidad y consolidación de la unidad en la estrategia política, policial y judicial de la inmensa mayoría de los españoles –PSOE y PP– frente a Eta y las minorías disgregadoras que con ella reman sin parar. Que…
En consecuencia, imaginemos a Eta sin ninguna capacidad de influencia en nuestra vida política porque, sin perjuicio de agrias disputas en temas secundarios a lo que va dicho, Zapatero y Rajoy tuviesen firmado un “papelito” –que diría De la Vega con aquel tonito…– en el que se blindaran cuatro asuntos de interés nacional. Y a partir de ahí… ¡guerra política sin cuartel entre socialistas, populares y demás!
Según una encuesta que publicaba El Mundo no hace tanto y si mal no recuerdo, este o similar desiderátum anida en las mentes del 80% de los españoles. Y calcule el lector de qué modo anidará en las de las víctimas del terrorismo, que lo somos por causa del daño que el terrorismo nacionalista inflige a España, el bien común a proteger. Pues algo tan benéfico no es una feliz realidad por la sencilla razón de que a ZP no le ha dado la gana, ¡oh desgracia! Fíjese, con lo bien que podíamos estar la gran mayoría, que de eso se trata, digo yo. Pero amigos, los caminos de las funestas ansias infinitas presidenciales son inescrutables.