Navarra es pequeña y, casi casi, nos conocemos todos. Con alguna frecuencia hay alguien, un ciudadano cualquiera, que me aborda y me pregunta si soy yo. Quiero decir, si soy Ulayar, el de Echarri, el de la AVT. Como el inteligente lector sospecha, suelo reconocer que yo soy yo. No tengo más persona a la que achacar mi diario ser y discurrir, que a mi mismidad. Confirmadas las sospechas de mi interlocutor sobre la identidad de quien suscribe, unas veces me regalan media docena de palabras de ánimo, solidaridad y –qué vergüenza paso– hasta de admiración. En realidad qué poco hay en mis adentros, pienso en esa situación. Otras, las menos, hacen parada de más reposo para fundamentar lo que los anteriores me dejan sólo en ráfagas. Uno agradece mucho esas muestras de cariño, hijas de la necesidad de esos ciudadanos de expresar su solidaridad con las víctimas del terrorismo, en estos tiempos zapaterescos tan difíciles.
Pero si uno se hace cargo de todo lo que escucha, de pronto le entra un cierto canguelo. Casi todos te piden que sigas, que no lo dejes, que están con nosotros, con las víctimas. Y de pronto tomas conciencia de que alguna referencia encuentran en mi discurso. Les confieso que eso me asusta un tanto. Y es que muchas veces cruza por mi mente la idea de que uno se cansa. Qué demonios, hay días que uno está hasta las mismas narices. Los setenta paran lejos ya y me va quedando largo largo todo esto. A la par de la convicción ciudadana, empuja el “por ellos”. Y el primer “ellos” es mi padre, como no podría ser de otra forma. Lo vi caído a tiros, derrumbado, descansando la agonía sobre el charco de su sangre en aquella lluviosa acera de 1979 en Echarri Aranaz. Y me digo que nunca podría tirar la toalla. Es decir, no quiero callar y no puedo callar. Si a él, como a muchos “ellos”, los callaron a tiros por expresarse como ciudadanos españoles en libertad, el resto, cuanto más sus hijos, tomaremos la palabra en defensa de su Memoria, Dignidad y Justicia; que no es otra que la de la ciudadanía democrática española.
También la de quien me aborda para darme ánimo; que si bien alguna vez me genera reflexiones abrumadoras, se agradece y sirve de empujón. En cualquier caso no menos abrumadora es aquella acera donde yace tendido el padre asesinado, no menos lo es el dolor de la madre, de mis hermanos; del chaval de trece años que, aún hoy, alguna vez escapa de mí con la necesidad de regresar a la lluviosa noche del 79; a pararse sobre la acera empapada de lágrimas, agua y sangre. El dolor de tantas víctimas, dolor de ciudadanía española herida, asesinada. “Por ellos, por todos”, reza con profundo sentido cívico uno de nuestros lemas en la AVT. Ciudadanía que siente, alma de la Nación. Sentimiento que constituye la "carnalidad" de esa ciudadanía, que diría el gran Agapito Maestre.
Pero si uno se hace cargo de todo lo que escucha, de pronto le entra un cierto canguelo. Casi todos te piden que sigas, que no lo dejes, que están con nosotros, con las víctimas. Y de pronto tomas conciencia de que alguna referencia encuentran en mi discurso. Les confieso que eso me asusta un tanto. Y es que muchas veces cruza por mi mente la idea de que uno se cansa. Qué demonios, hay días que uno está hasta las mismas narices. Los setenta paran lejos ya y me va quedando largo largo todo esto. A la par de la convicción ciudadana, empuja el “por ellos”. Y el primer “ellos” es mi padre, como no podría ser de otra forma. Lo vi caído a tiros, derrumbado, descansando la agonía sobre el charco de su sangre en aquella lluviosa acera de 1979 en Echarri Aranaz. Y me digo que nunca podría tirar la toalla. Es decir, no quiero callar y no puedo callar. Si a él, como a muchos “ellos”, los callaron a tiros por expresarse como ciudadanos españoles en libertad, el resto, cuanto más sus hijos, tomaremos la palabra en defensa de su Memoria, Dignidad y Justicia; que no es otra que la de la ciudadanía democrática española.
También la de quien me aborda para darme ánimo; que si bien alguna vez me genera reflexiones abrumadoras, se agradece y sirve de empujón. En cualquier caso no menos abrumadora es aquella acera donde yace tendido el padre asesinado, no menos lo es el dolor de la madre, de mis hermanos; del chaval de trece años que, aún hoy, alguna vez escapa de mí con la necesidad de regresar a la lluviosa noche del 79; a pararse sobre la acera empapada de lágrimas, agua y sangre. El dolor de tantas víctimas, dolor de ciudadanía española herida, asesinada. “Por ellos, por todos”, reza con profundo sentido cívico uno de nuestros lemas en la AVT. Ciudadanía que siente, alma de la Nación. Sentimiento que constituye la "carnalidad" de esa ciudadanía, que diría el gran Agapito Maestre.