El pasado 28 de octubre José Antonio Ortega Lara, entre otras personas, recibió en el Casino de Madrid el premio La Puerta del Recuerdo de la universidad CEU San Pablo. En su intervención el de Burgos no se mordió la lengua y dijo lo que creyó oportuno. Frente a un auditorio en el que, además de ciudadanos víctimas, se contaban representantes sociales, políticos e institucionales, José Antonio tuvo que elegir entre lo que dijo y lo que hoy resulta políticamente correcto; entre su dignidad ciudadana que preserva la de todos y esos lugares comunes que a fuerza de frecuentarse han quedado huecos; entre su verdad y los juegos de disimulo. Probablemente me equivoco cuando digo que eligió entre lo uno y lo otro, pues seguro que José Antonio ni se planteó el pasteleo, no precisó sopesar una y otra opción. No llegó a tener que elegir entre lo correcto en términos morales y políticos y lo que calificamos de políticamente correcto, que suele ser el camino más recto y muelle hacia la lisonja multidireccional, así que a la falsedad. Sencillamente dijo su verdad. Entre otras cosas de mejor digestión para los "correctos", el premiado declaró que no se fía de ZP, pues teme que vuelva a las andadas con los etarras en cuanto lo aconseje la jugada. No se fía de su antiguo partido, el PP, que termina por imitar tics centrifugadores de la nación del PSOE. No se fía de la actual AVT que ha renegado bellacamente de la Rebelión Cívica. Pide cuentas a Rajoy sobre si ha tenido algo que ver en ello.
Pocas amistades nuevas se habrá granjeado nuestro resistente amigo entre los devotos de la moqueta gruesa, el brillo de las lámparas de lágrimas y el sonriente canapé de subsecretarios, cargos partidarios, graves prebostes institucionaless y resto de fauna oficial. Es para quedarse admirado ¿que no? Hágase cargo el lector de que ante esa gentulina y en ese marco es preciso sobreponerse para cantar las cuarenta. Y José Antonio las cantó, a lo mejor sin tener que sobreponerse porque le sale así; con castellana serenidad, sin hurtar idea ni palabra. Puede que debido a ello incluso perdiese o le tambalease alguna amistad que, ¡ay!, tal vez no lo fuese tanto. Yo, que lo vi por la tele, quedé rendido ante un español libre. ¡Bien! Un resistente hasta lo indecible durante aquel interminable encierro al que fue sometido por los etarras. Y resistente frente a la descomposición de España. Ambas cosas vienen a ser lo mismo. ¿O es que José Antonio se comió aquella tortura de 532 días para que ahora los políticos den por amortizada la nación española?
Algunos se incomodaron ostensiblemente por el discurso. Hubo quien hasta se ausentó amostazado, con una mala gaita digna de peor causa. La cosa rondaba por aquello de que si no era el momento, que si tal que si cual... Desde que Mariano y ZP acordaron lo que no nos cuentan en materia terrorista, ha sido difícil ver "el momento". En fin, había quien pretendía de la pusilanimidad del premiado el debido hornato del acto y de los circunstantes de la oficialidad; así, la verdad de José Antonio habría quedado oculta bajo algún pico de la moqueta, entre su urdimbre y el nobilísimo mármol del Casino de Madrid. No es de recibo, como pretendendían algunos, el aparente hermoseamiento del premio a costa de un comportamiento lanar del premiado. Los primeros en no permitirlo serían los amigos del CEU San Pablo, institución que tan dignamente preside don Alfredo Dagnino.
Ojo al gesto de Teresa Jiménez Becerril. Tras las palabras de José Antonio no perdió un segundo y se levantó rápidamente para abrazarlo. Toma ya!!
Pocas amistades nuevas se habrá granjeado nuestro resistente amigo entre los devotos de la moqueta gruesa, el brillo de las lámparas de lágrimas y el sonriente canapé de subsecretarios, cargos partidarios, graves prebostes institucionaless y resto de fauna oficial. Es para quedarse admirado ¿que no? Hágase cargo el lector de que ante esa gentulina y en ese marco es preciso sobreponerse para cantar las cuarenta. Y José Antonio las cantó, a lo mejor sin tener que sobreponerse porque le sale así; con castellana serenidad, sin hurtar idea ni palabra. Puede que debido a ello incluso perdiese o le tambalease alguna amistad que, ¡ay!, tal vez no lo fuese tanto. Yo, que lo vi por la tele, quedé rendido ante un español libre. ¡Bien! Un resistente hasta lo indecible durante aquel interminable encierro al que fue sometido por los etarras. Y resistente frente a la descomposición de España. Ambas cosas vienen a ser lo mismo. ¿O es que José Antonio se comió aquella tortura de 532 días para que ahora los políticos den por amortizada la nación española?
Algunos se incomodaron ostensiblemente por el discurso. Hubo quien hasta se ausentó amostazado, con una mala gaita digna de peor causa. La cosa rondaba por aquello de que si no era el momento, que si tal que si cual... Desde que Mariano y ZP acordaron lo que no nos cuentan en materia terrorista, ha sido difícil ver "el momento". En fin, había quien pretendía de la pusilanimidad del premiado el debido hornato del acto y de los circunstantes de la oficialidad; así, la verdad de José Antonio habría quedado oculta bajo algún pico de la moqueta, entre su urdimbre y el nobilísimo mármol del Casino de Madrid. No es de recibo, como pretendendían algunos, el aparente hermoseamiento del premio a costa de un comportamiento lanar del premiado. Los primeros en no permitirlo serían los amigos del CEU San Pablo, institución que tan dignamente preside don Alfredo Dagnino.
Ojo al gesto de Teresa Jiménez Becerril. Tras las palabras de José Antonio no perdió un segundo y se levantó rápidamente para abrazarlo. Toma ya!!