Escapar

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El 27 de enero de 1979 tu sangre y la lluvia mojaron nuestra acera

20 noviembre 2009

Pancartas de Bermeo


Estos días la televisión ha ofrecido imágenes de la retirada de una pancarta en solidaridad con los tripulantes del atunero Alakrana. Menos mal, ya terminó el cautiverio. La escena ocurre en el ayuntamiento de Bermeo. En la maniobra se aprecia cómo aflora debajo otra pancarta, la que lucía normalmente ese balcón a favor de terroristas secuestradores y asesinos. Etxera (a casa), exige el trapo batasuno. Llama la atención la discreta luz de felicidad que asoma en la cara de una de las protagonistas, que supongo mujer de un pescador, al destender la pancarta que clama por la libertad de los secuestrados. Actúa sosegada, con una alegría que, tras la primera explosión emocional de cuando recibió la por todos ansiada nueva de la liberación, aflora ya serena, atemperada. Pero me es imposible ignorar el contrapunto. La feliz protagonista, al tiempo que retira su pancarta pensando en el reencuentro con su marido, muestra, como quien no se fija, otra en apoyo de secuestradores y asesinos de otros maridos, de otros padres, de... No entro ni a decir cómo pienso que debiera haber actuado la resplandeciente bermeana. Me limito a señalar lo obvio.

Esta escena es un trasunto de los años de persecución, opresión y asesinato sufridos por tantos españoles a manos de la Eta, sus corifeos y los justificadores del "conflicto". Años viendo pasar la vida mientras se hacía como que las víctimas de las persecuciones, secuestros y asesinatos de la Eta no existían ni existían los apologistas que los sostienen. Y aún nos queda de esa enfermedad social. Es inconcebible que la retirada del reclamo de la liberación de secuestrados suponga la inmediata exhibición de otro prosecuestradores y asesinos. Y que nada pase, como si los 850 asesinados no lo hubiesen sido a manos de la Eta. Como si a Ortega Lara no lo hubiesen enterrado durante 532 días, dispuestos a matarlo de hambre si se terciaba. Inconcebible, pero llevamos décadas concibiendo estas cosas sin dificultad en pueblos y ciudades del País Vasco y de Navarra. Sociedades moral y políticamente enfermas, que muchas veces hacen metástasis también en quienes observan -léase observamos- desde más o menos fuera, desde más o menos lejos y cerca; sin saber o sin querer saber que la resignada contemplación nos inocula indiferencia, despiadado castigo para las víctimas, pues que las equipara con sus verdugos. Indiferencia forjada a golpe de propaganda totalitaria, de mentira, de victimismo (!) nacionalista, de miedo, del "no te metas en políticas", de generalidades tipo "todos los políticos son iguales", evasoras de nuestra responsabilidad, sin distinción entre quienes están con los que matan y quienes están con los que mueren. De nuestra pereza intelectual que beneficia a matarifes y a quienes van recolectando sus nueces, sin sonrojo; de, en fin, nuestras renuncias ciudadanas, pequeñas o grandes, de cada día.
Lo que confiere un punto más amargo y triste a la incívica escena del balcón de Bermeo, la última vuelta de tuerca, es que, consciente o inconscientemente, son familiares de secuestrados quienes la protagonizan. Los que reclamaban solidaridad ciudadana por su gran congoja, hecha, ¡oh Dios!, del temor a que los suyos fueran asesinados. Solucionada la angustia, accionan en el ignominioso balcón con feliz sosiego, con indiferencia ante la redescubierta y reexpuesta afrenta a nuestras víctimas del terrorismo que, aunque oculta, seguía anclada en aquel balcón durante los 47 días del secuestro de los arrantzales. Tal vez sea inocente la indiferencia de los actuantes, repondrá alguien. ¿Puede serlo? No en Bermeo. ¿Sentirá el ayuntamiento suficiente vergüenza como para quitar por siempre el trapo proetarra de su balcón y de todos los balcones de la legitimación pública del terror?
 Aclaración: arriba de esta entrada, a veces, se encontró el lector un hueco en blanco, en lugar del referido vídeo. Como RTVE lo retiró de su lugar original ya no tenemos seguridad de verlo. Leches...