Gracias, Antonio Mingote. |
Lamentablemente hoy es preciso recordar algo que costó muchos años aprender: la ETA es bastante más que una colección de pistoleros. Desde los setenta, nuestros políticos fueron cayendo en el error de negociar o apañar con la ella. Además, en los largos años de plomo, los de la teoría del empate infinito entre los terroristas y el estado, a las víctimas se las escondía: toda una fuente de legitimación del tiro en la nuca como herramienta política. El paso de los años demostró que negociar era mal negocio para los demócratas y que los matarifes no se contentaban con chuches políticas e impunidad que les pusiéramos sobre la mesa.
Luego, nos atrevimos a decir-descubrir que la bestia tiene diversos tentáculos, que cada uno de ellos funciona en un área que determina una dirección coordinadora del conjunto. Hablamos del tinglado de pistoleros, chivatos, correos, organizaciones seudo culturales y sociales, partidos o coaliciones, y su cabeza. Los documentos internos lo confirman. Y llegamos a las políticas del difunto Pacto Antiterrorista de 2000, el instrumento más ético y efectivo frente al terror. Llevamos a la banda a su último cuarto de hora: el tinglado se desmoronaba a ojos vista, sin esperanza.
Hasta que Zapatero dio luz verde a una negociación política, no meramente operativa, que ya sería detestable por sí sola. Basta leer el relato de Egiguren y Aizpeolea en su libro sobre la misma. Contradijo esencialmente el Pacto Antiterrorista, quebró el consenso de la inmensa mayoría de los españoles y alimentó la esperanza de la banda en su momento de máxima debilidad. Se pactó legalización y un apaño con sus presos con tal de que dijeran que no nos matan: cambiamos armas ‒¿dónde están?–por poder e impunidad. Se apuntaló, se legitimó nuevamente, el proyecto de ruptura de España del que ellos son la sangrienta punta de lanza, y más de 850 españoles los atravesados.
Y eso es lo que se gestiona ahora, cuando tanto vocero repite el mantra de la derrota de la ETA. Si hacemos caso de ese anuncio de falsa paz ‒no había guerra, falta libertad–podemos confundir los medios con el fin. Para la banda el fin no es el asesinato de más de 850 españoles. El asesinato, el miedo y el dolor infundido en la sociedad ‒que la ha ahormado– han sido unos medios en la búsqueda del poder que les permita avanzar hacia sus fines totalitarios: la mítica Euskal Herria de Arana. Así, hoy la banda y su proyecto gozan de las más altas cotas de poder institucional y político de su historia. Es exultante el análisis que del momento hacen sus miembros. Y no son solo soflamas de consumo interno: dominan una diputación y numerosos ayuntamientos, y suman el apoyo de buena parte del resto del separatismo, hasta hace poco reticente. Algunos suelen decir que la violencia terrorista es inútil y un sinsentido: ¿seguro?
Así, el siguiente avance hacia sus objetivos sería hacerse con el Gobierno Vasco o, en su defecto, sostener uno condicionado por sus postulados. Luego, declaración de independencia. Es verdad que difícilmente una región española materializaría su secesión, pero generaría una inestabilidad imposible, donde cualquier cosa es posible, donde no sería descartable que el PNV, otra vez, diese un paso ‒tal vez suicida–con el resto del separatismo.
¿Hemos acabado con la ETA? Nada de eso. Sabemos que su objetivo no es la mera supervivencia de unos pistoleros, de suerte que si callan sus armas resulta que hemos ganado. No seamos ingenuos. Estamos ante un proyecto totalitario que hoy avanza hacia sus objetivos. Pero la orquesta de nuestros políticos ‒con algunas excepciones–interpreta una y otra vez en cubierta la obra “Les hemos derrotado”, emulando a aquella del Titanic. Que era insumergible.