En las reacciones a los comunicados de la banda terrorista Eta, abunda un tipo de frase que se ha convertido en lugar común, un indeseable lugar común en boca de políticos así como de personas de algún relieve público, que se pronuncian en tono grave y creo que de forma gravemente dañosa para la ciudadanía democrática española. Hablo de las declaraciones, sobre todo a rebufo de lo dicho por los asesinos, que manifiestan esperar algo de los mismos. Y ello con algún tinte de esperanza; ganas de faltarse uno mismo al respeto. Incluso se llega a pedir a los pistoleros que “no defrauden las esperanzas” de la gente. Se les concede así en el discurso público la posibilidad de ser fuente de algo decente, aberración que justifica precisamente esta desesperanzadora “esperanza” que iguala a los terroristas con otro agente social legítimo. Se les blanquea. Unos anuncian que su partido o grupo espera de los etarras la entrega de las armas. Otros que esperan una declaración de no sé qué en virtud de la cual la mafia de la serpiente abandone la “violencia”. Por cierto, palabra ésta harto insuficiente tratándose de quienes se trata, por abstracta, pues que incluso el portazo nocturno del vecino desconsiderado lo percibimos violento. Lo de los etarras creo que es un poquico más y se llama te-rro-ris-mo.
Pero volvamos. Hemos llegado al extremo de escuchar al presidente del gobierno de la nación, José Luis Rodríguez Zapatero, declarar que está “profundamente decepcionado” por el insuficiente -otra palabrita para el análisis- alcance del último comunicado de esos émulos del Ku Klux Klan tocados con boina. Profundamente, dijo. ¿Tiene suficientemente en cuenta la dignidad del cargo de presidente -la nuestra- al manifestar su decepcionante decepción? Claramente tenía alguna esperanza en su espera de respuesta en esos tratos que se trae con la Eta/Batasuna. Que ha sido lo dicho, insuficiente: ¡te tengo dicho, Josu, que me hace falta más para lo que ya sabes! La espera esperanzada. El uso de este lenguaje, muchas veces atolondrado, que otorga algún sentido político al hecho de que ciudadanos decentes puedan esperar esperanzados algo bueno de los matones, me parece sencillamente desolador. Hasta puede verse insultante para un ciudadano consciente de serlo. No digamos para víctimas directas y sus familias, amén de perseguidos y represaliados por la bicha separatista. Ese lenguaje según el cual se está pendiente de lo que largue un atajo de matarifes, les reconoce un “tú” a tomar en cuenta en nuestra confrontación en el espacio público; les da carta de naturaleza política y social en lugar de marginarlos sin descanso. Favor que se hace a los pistoleros y, por tanto, flaco favor a nosotros mismos. Debemos manifestar de forma exigente qué esperamos de la ciudadanía, de los políticos y gobernantes, de nuestro estado de derecho: que liquiden todos los tentáculos del terror con firmeza democrática.
Retiren nuestra bocas ese “tú” legitimador social y político a la Eta/Batasuna. Siempre. Un “tú” concedido por la pereza intelectual, la tibieza moral y puede que hasta por la maldad. Nuestro “tú” ciudadano debemos reservarlo para quien se conduce civilizadamente. No para terroristas. De pistola o de escaño. No debe contar lo que pueda llegar a decir o no la Eta/Batasuna. Ni su especulación. En el discurso democrático sólo debe contar lo que decimos nosotros, los ciudadanos. Quienes de diversas maneras han venido reconociendo a las fieras en el espacio público, al modo de agentes políticos y como tales ineludibles en su discurso, vienen favoreciendo el reptar de una serpiente que de otro modo habría muerto ¿hace cuántos asesinatos y extorsiones? Muchas veces también las palabras las carga el diablo.