No es fácil describir las consecuencias y hasta el hecho en sí, la intrahistoria de lo sucedido entonces, de chaval, yendo por la calle acompañado de mi padre en Echarri. El minueto de Boccherini, sintonía de la serie Érase una vez el hombre, cuyo último episodio acababa de ver en la tele, aún danzaba en mi tímpano con su simple magia. Acompañaba al aita hacia nuestra furgoneta, aparcada frente a la puerta de casa. Íbamos a cargar algo antes de marchar en ella. Cuando aún no había asido la maneta de la puerta trasera, el etarra Nazábal salió de la oscuridad y lo cosió a tiros en mi presencia de trece primaveras. Sin contemplaciones. Sangre fría. Me es imposible atrapar con palabras en una descripción todo lo que supuso aquella vivencia, pero uno de los inmediatos resultados fue la impotencia. Y el agotador rebobinado, una y otra vez, sin fin, de aquella escena atroz. Mala compañera. Y ver dónde pudo uno hacer algo por su padre. Impotencia y... sabe Dios cuántas cosas más me produjo observar la huida de los dos asesinos Nazábal en aquel Chrysler 180, que encendía los pilotos de frenado mientras doblaba la última esquina de la calle. Unos pilotos que parecían soltar un burlón “ahí te quedas con eso, chaval”. Yo gritaba de impotencia, de derrota.
22 de agosto del año siguiente, 1980. Se cumplen ahora treinta. El grupo etarra Nafarroa quiso tender un asesinado más sobre el pavimento, esta vez en Cordovilla. Nada menos que veinticinco balazos contra el director de Diario de Navarra. Escuché la noticia y semejante lluvia de balas empujaba a desechar toda esperanza. Parecía mortal de necesidad. Pero José Javier llegaba vivo a la Clínica Universitaria. Para mí, para tantos navarros, el Diario suponía entonces y durante estas décadas hasta hoy, un sólido bastión frente al separatismo vasco y sus pretensiones sobre nuestra Navarra. El proyecto de sacarnos de España y meternos de cabeza en la pesadilla sabiniana, incluso a tiros y bombas. Y en ese empeño los etarras mataban y han seguido matando cientos de personas. Para nuestra desgracia familiar Jesús Ulayar no sobrevivió el año anterior en Echarri. Pero anda, que el director del Diario, de nuestro bastión, retenía obstinadamente su vida tirado en el interior de un coche camino de urgencias. Meses después del asesinato del aita, a la impotencia le tocó perder. Se veía obligada a ceder el paso ante la débil esperanza que, hora a hora, día a día, se iba haciendo fuerte en mí: uno de los nuestros podía salvarse, ganar la partida.
Y así fue. Se salvó, se recuperaba. Tras el interminable rosario de intervenciones quirúrgicas y cuidados médicos, un año más tarde la mancheta del Diario lo volvía a acoger: Director: José Javier Uranga Santesteban, entre la fecha del día y el eterno anuncio de la vieja Super Ser. Pudo haberse marchado y hacer qué se yo lejos de Navarra con el pellejo a buen recaudo, porque ofertas de trabajo no le faltaron. Pero eligió ser libre, aunque ello tuviera pesadas servidumbres. Ganó la partida. Y no sólo para él. Fue un gran día. Hace tiempo que José Javier repite que ya es viejo, que está amortizado. Lo de viejo... a qué negarlo. Pero amortizado de ninguna manera. No mientras la Virgen de Ujué te dé permiso. Gracias por sobrevivir y volver.